miércoles, abril 21, 2010

Presentación de "Paseantes", de Diego Alfaro Palma




POR FRANCISCO VALDEBENITO
LIMACHE, 9 ABRIL 2010

           Hace unos días Diego me llamó para juntarnos “donde siempre”, en ese lugar que está allí, pero que ya no es el mismo. En estos días casi no paso por tal sitio, pero la frase tiene aún sentido: “donde-siempre”. Podría yo estar lejos, moribundo, exiliado y sabría por dónde y cómo llegar.
            Ese día iba a ser distinto, había un regalo de por medio. Un libro. No cualquiera, sino uno escrito por él mismo. Muchas veces nos juntamos en esa esquina a intercambiar libros, pero está vez era uno fruto de sus vivencias, de sus dolores, de sus pasiones.
            La lectura del libro me hizo recordar al Diego del colegio, al de la Universidad, al de Santiago, al de las lecturas en Limache, al de los carretes. Y así como ese lugar de siempre, Diego, sin ser el mismo de esas épocas, seguía siendo ÉL de siempre. Y aunque él o yo estuviésemos lejos, moribundos o exiliados, sabríamos dónde y cómo  encontrarnos.
            Este libro es un nuevo encuentro, pero también es un abismo. Allí hay vivencias, emociones, pasiones, pensamientos profundos que aparecen claros sólo al enfrentarse con cuerpo y alma a las tinieblas superluminosas de la conciencia y la memoria cósmica. Es allí donde el autor se ha encontrado así mismo; débil y fuerte, soñador y realista, sabio e ignorante, célebre y anónimo, paseante y sedentario, paseante y forastero, creador y creatura.
También me hizo pensar, por qué paseante, no transeúnte, no ermitaño, no forastero, no visitante. Paseante porque pasea presente, un presente substante, un presente que presiente de manera consciente el mundo. Es un estar ahí en el mundo, en un pequeño trozo de él, en aquella ventana de autobús, en el que “un niño (…) sin disculparse, casi como un relámpago / trazó con unos de sus dedos la solución al  enigma” y que “observando su obra (…) empuñó -sin gesto-  la manga de su chaleco / despidiendo  la bruma  y sus vacíos / para así admirar el paisaje” (“Semilla”).
El paseante no es un extraño, es un  paciente, en  el sentido que padece. Él es herido y a la vez curado, también embriagado o extasiado –en ex-stasis, fuera de sí- por  presencias físicas, fantásticas, mistagógicas, que como flecha  penetran su piel, entregando a su sangre aquella esencia que es oculta  para nuestras inteligencias, y  que yacen en lo  más íntimo y prístino de las cosas y su entorno. Paseante es el hombre que no sólo vive con su esencia, sino que vive  y goza con la presencia de los otros, con ese pequeño pedazo de universo que  brilla en los colores de la realidad.
Paseante es el hombre en su estado de armonía consigo y con el mundo, en el cual sus sentidos y sus facultades más elevadas se conjugan para generar, a través de sonidos, una copia particular de la Creación divina. Es el hombre que se comunica con Dios a través de la recreación de las creaturas.
Paseante es el que en cada detalle se instala a vivir y des-cubre, saca los velos de lo que nos rodea y nos lo presenta de manera bella y articulada  en versos melódicos.
Pareciera que defino al poeta, pues es así. Defino a un poeta,  al sentado a mi lado. Un paseante.

*

Paseantes está lleno de vivencias ocultas en imágenes accidentales. Románticas, desgarradoras, que lo arrastran a uno a sucumbir en sentimientos que pocas veces en la vida se sienten. Aquellas emociones de las cuales uno huye, que  no quiere escuchar o imagina que no existen, como las que aparecen en “El día que Charly Brown decidió hacer su vida / buscar un empleo para el que no era hábil / salir del asfixiante mundo de la infancia / y caer en un callejón cien veces peor / borracho, escritor mediocre, siempre calvo / agotando sus noches frente al papel” (“Charly Brown”).
Imágenes cotidianas, pero no menos translúcidas. Indicándonos así que lo bello es lo simple, Lo UNO, como diría Santo Tomás, engolosinado entre ángeles y discípulos tonsurados. “Alguien con pasos inseguros / carga una bolsa con verduras / Ve pasar el otoño / como si las hojas dudasen / como si el murmullo del viento fuera falso” (“El Retorno”). Imágenes que dialogan: entre los hombres y el paisaje, entre la música y el lector. Entre los vivos y los muertos…
Escribo; ahora leo y siento que les estoy mintiendo. Invento. Busco en el libro citas, me pongo a pensar en  lo que hemos conversado con Diego, aquellas experiencias místicas, adolescentes, intelectuales y otras, las más, simples conversaciones en torno a una cerveza –y no tan sólo una.
Allí aprendí a ver lo simple. Y cuando leo el libro me parece estar frente a un cinematógrafo, el cual revela cuadro a cuadro palabras que surcan cielos y que luego, sin mediar milagro alguno, se convierten en una danza ora melancólica, ora trágica, llena de pasión por las mujeres y la música.
Pienso en las veces que junto leímos en Limache, con el concepto de Avenida Poesía. Las veces que nos juntábamos a escucharnos y saber en qué andábamos. Años han pasado de aquello; cinco años quizá. Cada uno buscaba y hacía camino desde su propia emotividad e intelección. Descubrimos tesoros bajo catedrales, gestas heroicas, poetas desahuciados. Pero él, mi amigo, fue valiente y atravesó el bosque encantado antes que yo. Bueno, no se si lo atravesó o aún está allí, siendo seducido por su magia.
Es increíble cómo los caminos se abren o se cierran. Lo que algún día partió como simples compañeros que se sentaban contiguamente, resultó ser fortificante para estas dos almas que viven desde sus propias existencias una misma Odisea. Sentir el mundo prístino y a la vez tétrico: “Porque no hay nada más bello / que vivir pensando en la muerte”  (“Plagios”). Este verso me hace ver que estoy en el mismo camino. Y eso me alegra.

*

No sé qué dice el protocolo. Parece que he hablado poco del libro. Léanlo, conviértanse en paseantes con él. Salgan, vean, sientan, junten unas imágenes con sensaciones, con recuerdos. Creen y acompañen al autor por la avenida poesía a tomarse un sorbo de café, mientras el pan tostado se prepara, la vejez lleva a la muerte a nuestros seres queridos, o como el amor nos enseña a cómo cuidar de nuestros dientes.
Gracias, compren el libro, háganlo famoso, para que así, en algún momento de nuestras vidas, me gane la vida haciéndolo lo de hoy: contando infidencias del autor.

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